Las afecciones de la columna vertebral son comunes y pueden afectar significativamente la calidad de vida.
Entre las más frecuentes se encuentran la hernia y la protusión discal, dos condiciones que, aunque relacionadas, presentan diferencias importantes tanto en su naturaleza como en su tratamiento.
Comprender estas diferencias, reconocer sus síntomas y conocer las opciones terapéuticas es fundamental para quienes sufren molestias en la espalda o el cuello.
¿Qué es una hernia discal y en qué se diferencia de una protusión?
Los discos intervertebrales son estructuras situadas entre las vértebras de la columna, cuya función principal es actuar como amortiguadores y facilitar el movimiento.
Están compuestos por un núcleo gelatinoso interno llamado núcleo pulposo y una capa externa fibrosa denominada anillo fibroso.
Una protusión discal ocurre cuando el núcleo pulposo comienza a presionar contra el anillo fibroso, causando que este último se abombe o sobresalga ligeramente, pero sin romperse.
En esta etapa, el disco está aún contenido dentro de sus límites normales, aunque puede generar presión sobre las raíces nerviosas cercanas, provocando dolor o molestias.
Este tipo de afección es común en personas que realizan movimientos repetitivos o que tienen una postura inadecuada durante largos períodos, lo que puede llevar a una degeneración gradual del disco.
Por otro lado, una hernia discal se produce cuando el anillo fibroso se rompe o se fisura, permitiendo que el núcleo pulposo salga de su lugar original y se desplace hacia el canal espinal.
Esta protrusión del material discal puede comprimir los nervios espinales o la médula espinal, generando síntomas más intensos y, en algunos casos, complicaciones neurológicas.
Los pacientes con hernias discales suelen experimentar un dolor agudo y debilidad muscular y, en ocasiones, pérdida de sensibilidad en las extremidades, lo que puede afectar significativamente su calidad de vida.
Cómo identificar los síntomas de una hernia o protusión discal
Los síntomas de una protusión y una hernia discal pueden solaparse, pero la intensidad y la naturaleza de las molestias suelen variar. En general, ambas condiciones pueden causar dolor localizado en la zona afectada de la columna, ya sea cervical, dorsal o lumbar.
En el caso de una protusión discal, el dolor suele ser leve a moderado y puede manifestarse como una sensación de tensión o molestia persistente. También es común la rigidez en la zona y, en ocasiones, un leve hormigueo o adormecimiento en las extremidades si hay compresión nerviosa leve.
Estos síntomas pueden ser exacerbados por actividades cotidianas, como levantar objetos pesados o permanecer en una misma posición durante períodos prolongados, lo que puede llevar a una disminución de la calidad de vida.
Cuando se trata de una hernia discal, los síntomas tienden a ser más intensos y pueden incluir dolor agudo, que a menudo se irradia desde la columna hacia brazos o piernas, dependiendo del nivel afectado.
Este dolor radicular, conocido como ciática cuando afecta la zona lumbar, puede ir acompañado de debilidad muscular, pérdida de reflejos y sensación de entumecimiento o quemazón.
La intensidad del dolor puede variar a lo largo del día y puede empeorar al toser, estornudar o realizar movimientos bruscos, lo que puede dificultar la realización de actividades diarias y laborales.
Métodos de diagnóstico para lesiones en los discos intervertebrales
Para diagnosticar correctamente una hernia o protusión discal, el médico realiza una evaluación clínica detallada que incluye la historia clínica del paciente y un examen físico enfocado en la movilidad, reflejos y sensibilidad.
Sin embargo, la confirmación del diagnóstico suele requerir pruebas de imagen. La resonancia magnética (RM) es la herramienta más utilizada, ya que permite visualizar con gran detalle los discos intervertebrales, las raíces nerviosas y la médula espinal. La RM ayuda a determinar la extensión de la lesión y si existe compresión nerviosa.
Otra prueba común es la tomografía computarizada (TC), que ofrece imágenes en cortes transversales y puede ser útil en casos donde la resonancia no está disponible o está contraindicada.
También se pueden realizar radiografías para descartar otras patologías óseas, aunque no muestran los discos con claridad.
En ciertos casos, se pueden emplear estudios neurofisiológicos, como la electromiografía, para evaluar el grado de afectación nerviosa y muscular.
Además de estas pruebas, la ultrasonografía se ha comenzado a utilizar como un método complementario en el diagnóstico de lesiones discales.
Esta técnica, que utiliza ondas sonoras para crear imágenes, puede ser especialmente útil en la evaluación de tejidos blandos y en la identificación de inflamaciones o lesiones en áreas específicas de la columna vertebral.
Aunque no es tan común como la RM o la TC, su uso está en aumento debido a su accesibilidad y la ausencia de radiación.
Tratamientos de fisioterapia recomendados para hernias y protusiones discales
El tratamiento inicial para hernias y protusiones discales suele ser conservador, y la fisioterapia juega un papel fundamental en la recuperación y el alivio del dolor.
El objetivo principal es reducir la inflamación, mejorar la movilidad y fortalecer los músculos que sostienen la columna.
Entre las técnicas más comunes se encuentran los ejercicios de estiramiento y fortalecimiento, que ayudan a mejorar la flexibilidad y la estabilidad vertebral. Estos ejercicios deben ser personalizados y supervisados por un fisioterapeuta para evitar agravar la lesión.
La terapia manual, que incluye movilizaciones articulares y masajes, puede aliviar la tensión muscular y mejorar la circulación en la zona afectada.
Además, modalidades como la electroterapia, la ultrasonoterapia y la aplicación de calor o frío contribuyen a reducir el dolor y la inflamación.
En algunos casos, se emplean técnicas de reeducación postural para corregir hábitos que puedan estar contribuyendo a la lesión.
La educación del paciente es clave para que adopte una postura adecuada y evite movimientos que puedan empeorar su condición.
Cuando el tratamiento conservador no es suficiente y los síntomas persisten o empeoran, puede ser necesaria la intervención quirúrgica, aunque esto es menos común y se reserva para casos específicos.
Cómo prevenir lesiones discales y mejorar la salud de la columna
La prevención es la mejor estrategia para evitar problemas en los discos intervertebrales. Mantener una buena salud de la columna implica adoptar hábitos saludables y cuidar la postura en las actividades diarias.
Es fundamental practicar ejercicio regularmente, especialmente actividades que fortalezcan el core y mejoren la flexibilidad, como el yoga, la natación o el pilates. Estos ejercicios ayudan a mantener la columna estable y reducir la carga sobre los discos.
Además, es importante evitar el sedentarismo y corregir posturas inadecuadas, tanto al estar sentado como al levantar objetos. Se recomienda levantar cargas con las piernas y no con la espalda, manteniendo siempre la columna recta.
El control del peso corporal también es esencial, ya que el exceso de peso aumenta la presión sobre la columna y los discos intervertebrales.
Adoptar una dieta equilibrada y mantener un estilo de vida activo contribuye a la salud general y a la prevención de lesiones.
Finalmente, es aconsejable realizar revisiones médicas periódicas si se tienen antecedentes de problemas de columna o si se presentan molestias recurrentes. La detección temprana permite un tratamiento oportuno y evita complicaciones.